Literatura

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lunes, 26 de marzo de 2012

El Hombre ilustrado


PRÓLOGO: EL HOMBRE ILUSTRADO
En una tarde calurosa de principios de setiembre me encontré por primera vez con el
hombre ilustrado. Yo caminaba por una carretera asfaltada, recorriendo la última etapa de
una excursión de quince días por el Estado de Wisconsin. Al atardecer me detuve, comí
un poco de carne de cerdo, unas habas y un bizcocho. Me preparaba a descansar y leer
cuando el hombre ilustrado apareció sobre la  colina. Su figura se recortó brevemente
contra el cielo.
Yo no sabía entonces que era ilustrado; sólo vi que era alto, que alguna vez había sido
esbelto, y que ahora, por alguna razón, comenzaba a engordar. Recuerdo que tenía los
brazos largos y las manos anchas, y un rostro infantil en lo alto de un cuerpo macizo.
Me hablo antes de verme, como si hubiese adivinado mi presencia.
-Señor, ¿sabe usted dónde podría encontrar trabajo?
-Temo que no -le respondí.
-Cuarenta años y nunca he tenido un trabajo duradero -me dijo.
Aunque hacía mucho calor, el hombre ilustrado llevaba una camisa de lana, cerrada
hasta el cuello. Los puños de las mangas le ocultaban las anchas muñecas. La
transpiración le corría por la cara. Y sin embargo no se abría la camisa.
-Bien -me dijo al fin-, este lugar es  tan bueno como cualquiera para pasar la noche.
¿No lo molesto?
-Si usted quiere, me sobra un poco de comida -le invité.
Se sentó pesadamente y lanzó un gruñido.
-Se arrepentir de haberme invitado -me dijo-. Todos se arrepienten. Por eso no paro en
ningún sitio.
Aquí estamos, a principios de setiembre, en lo mejor de la temporada de las ferias.
Tendría que estar ganando montones de dinero en el parque de diversiones de cualquier
pueblo, y aquí me tiene, sin ninguna perspectiva.
El hombre ilustrado se sacó un enorme zapato y lo examinó con atención.
-Comúnmente conservo mi empleo diez días. Luego algo ocurre, y me despiden. Hoy
ningún hombre, de ninguna feria del país se atrevería a tocarme, ni con una pértiga de
tres metros.
-¿Qué le pasa? -le pregunté.
El hombre me respondió desabotonándose lentamente el cuello apretado. Cerró los
ojos, y con movimientos muy lentos se abrió la camisa. Luego, con la punta de los dedos,
se tocó la piel.
-Es curioso -dijo con los ojos todavía cerrados-. No se las siente, pero están ahí. No
dejo de pensar que algún día miraré y ya no estarán. Camino al sol durante horas, en los
días más calurosos, cocinándome y esperando  que el sudor las borre, que el sol las
queme; pero llega la noche, y están todavía ahí.
El hombre ilustrado volvió hacia mí la cabeza, mostrándome el pecho.
-¿Están todavía ahí? -me preguntó.
Durante unos instantes no respiré.
-Si -dije-, están todavía ahí.
Las ilustraciones.
-Me cierro la camisa a causa de los niños -dijo el hombre abriendo los ojos-. Me siguen
por el campo. Todo el mundo quiere ver las imágenes, y sin embargo nadie quiere verlas.
El hombre se sacó la camisa y la apretó entre las manos. Tenía el pecho cubierto de
ilustraciones, desde el anillo azul, tatuado alrededor del cuello, hasta la línea de la cintura.
-Y así en todas partes -me  dijo adivinándome el pensamiento-. Estoy totalmente
tatuado. Mire.Abrió la mano. En la mano se veía una rosa recién cortada, con unas gotas de agua
cristalina entre los suaves pétalos rojizos. Extendí la mano para tocarla, pero era sólo una
ilustración.
En cuanto al resto, no sé cómo pude quedarme quieto y mirar. El hombre ilustrado era
una acumulación de cohetes, y  fuentes, y personas, dibujados y coloreados con tanta
minuciosidad que uno creía oír las voces y los murmullos apagados de las multitudes que
habitaban su cuerpo. Cuando la carne se estremecía, las manitas rosadas gesticulaban,
los labios menudos se movían, en los ojitos verdes y dorados se cerraban los párpados.
Había prados amarillos y ríos azules, y  montañas y estrellas y soles y planetas,
extendidos por el pecho del hombre ilustrado como una vía láctea. Las gentes se dividían
en veinte o más grupos, instalados en los  brazos, los hombros, las espaldas, los
costados, las muñecas y la parte alta del  vientre. Se los veía en bosques de vello,
escondidos en una constelación de pecas, o hundidos en las cavernas de las axilas, con
ojos resplandecientes como diamantes. Cada grupo parecía  dedicado a su propia
actividad; cada grupo era toda una galería de retratos.
-¡Oh! ¡Son hermosas! -exclamé.
¿Cómo podría describir las ilustraciones? Si en lo mejor de su carrera el Greco hubiese
pintado miniaturas, no mayores que tu mano,  infinitamente detalladas, con sus colores
sulfurosos y sus deformaciones, quizá hubiera utilizado para su arte el cuerpo de este
hombre. Los colores ardían en tres dimensiones. Eran como ventanas abiertas a mundos
luminosos. Aquí, reunidas en un muro, estaban las más hermosas escenas del universo.
El hombre ilustrado era un museo ambulante. No era ésta  la obra de esos ordinarios
tatuadores de feria que trabajan con tres colores y un aliento que huele a alcohol. Era el
trabajo de un genio; una obra vibrante, clara y hermosa.
-Ah, si -dijo el hombre ilustrado-, mis ilustraciones. Me siento tan orgulloso de ellas que
me gustaría destruirlas. He probado con papel de lija, con ácidos, con un cuchillo...
El sol se ponía. La luna se levantaba ya por el este.
-Pues estas ilustraciones -afirmó el hombre-, predicen el futuro.
No dije nada.
-Todo está bien a la luz del sol -continuó-. Puedo emplearme entonces en una feria.
Pero de noche... Las pinturas se mueven. Las imágenes cambian.
Creo que sonreí.
-¿Desde cuándo está usted ilustrado?
-Desde el año 1900. Yo tenía entonces  veinte años y trabajaba en un parque de
diversiones. Me rompí una  pierna. No podía moverme. Tenía que hacer algo para no
perder el empleo, y entonces decidí tatuarme.
-Pero ¿quién lo tatuó? ¿Qué pasó con el artista?
-La mujer volvió al futuro -dijo el hombre-. Así es. Vivía en una casita en el interior de
Wisconsin, no muy lejos de aquí. Una vieja bruja que en un momento parecía tener cien
años y poco después no más de veinte. Me dijo que ella podía viajar por el tiempo. Yo me
reí. Pero ahora sé que decía la verdad.
-¿Cómo la conoció?
El hombre ilustrado me lo dijo. Había  visto el letrero al lado del camino.
¡ILUSTRACIONES EN LA PIEL! ¡Ilustraciones,  y no tatuajes! ¡Ilustraciones artísticas! Y
allí había estado, toda la noche, mientras las mágicas agujas lo mordían y picaban como
avispas y abejas delicadas. A la mañana parecía un hombre que hubiese caído bajo una
prensa multicolor: tenía el cuerpo brillante y cubierto de figuras.
-He buscado a esa bruja todos los veranos, durante casi medio siglo -dijo el hombre
extendiendo los brazos-. Cuando la encuentre, la mataré.
El sol se había ido. Brillaban ya las primeras estrellas y la luna iluminaba los pastos y
las espigas. Las imágenes del hombre ilustrado resplandecían en la sombra comocarbones encendidos, como esmeraldas y rubíes con los colores de Rouault y de Picasso,
y los cuerpos enjutos y alargados del Greco.
-Cuando las imágenes empiezan a moverse, me despiden. Ocurren cosas terribles en
mis ilustraciones. Cada una es un cuento. Si usted las mira atentamente unos pocos
minutos, le contarán una historia. Si las mira tres horas, las narraciones serán treinta o
cuarenta, y usted oirá voces, y pensamientos. Todo está aquí, en mi piel; no hay más que
mirar. Pero sobre todo, hay cierto lugar de mi espalda... -El hombre ilustrado se volvió-.
¿Ve? Sobre mi omóplato derecho no hay ningún dibujo. Sólo una mancha de color.
-Si.
-Cuando he estado con alguien un rato, ese  omóplato se cubre de sombras, y se
convierte en un dibujo. Si estoy con una mujer, al cabo de una hora su rostro aparece ahí,
en mi espalda, y ella ve toda su vida... cómo vivirá y cómo morirá, qué parecerá cuando
tenga sesenta anos. Y si me encuentro con un hombre, una hora después su retrato
aparece también en mi espalda. Y el hombre se ve a si mismo cayendo en un precipicio, o
aplastado por un tren... Entonces me despiden.
El hombre hablaba y al mismo tiempo movía las manos sobre las ilustraciones, como
para ajustar los marcos y sacarles el polvo, con los ademanes de un conocedor, de un
aficionado al arte. Al fin se tendió de espaldas, a la luz de la luna. Era una noche calurosa,
serena y sofocante. Nos habíamos sacado la camisa.
-¿Y nunca encontró a la vieja?
-Nunca.
-¿Y cree usted que venía del futuro?
-¿Cómo, si no, podría conocer estas historias que me pintó sobre la piel?
El hombre, fatigado, cerro los ojos.
-A veces, de noche -dijo débilmente-, siento las figuras. como hormigas sobre la piel.
Sé lo que pasa entonces y lo que tiene que pasar. Yo nunca las miro. Trato de olvidarme.
No debemos mirarlas. No las mire usted tampoco, se lo advierto. Vuélvame la espalda
cuando se vaya a dormir.
Yo estaba acostado no muy lejos. El hombre no tenía, aparentemente, un carácter
violento, y las ilustraciones eran tan hermosas... Yo me hubiese ido lejos de toda esa
charla. Pero las ilustraciones... Dejé que los ojos se me llenaran de imágenes. Con esos
cuadros sobre el cuerpo, cualquiera podía perder la cabeza.
La noche era serena. Yo podía oír la respiración del hombre ilustrado, bañado por la
luna. Los grillos cantaban  dulcemente en las hondonadas lejanas. Me puse de costado
para ver mejor las ilustraciones. Pasó, quizá, una media hora. Yo no sabía si el hombre
ilustrado se había dormido, pero de pronto lo oí respirar:
-Se mueven, ¿no es cierto?
Esperé un minuto. Y luego dije:
-Sí.
Las imágenes se movían, Una por vez, uno o dos minutos. Allí, a la luz de la luna, con
el menudo tintineo de los pensamientos y las  voces distantes como voces del mar, se
desarrollaron los dramas. No sé si esos dramas duraron una hora o dos. Sólo sé que me
quedé allí, inmóvil, fascinado, mientras las estrellas giraban en el cielo.
Dieciocho ilustraciones, dieciocho cuentos. los conté uno a uno.
Primero, mis ojos se posaron en una escena, una casa grande con dos personas. Vi
unos buitres que volaban en un cielo rosado y ardiente. Vi leones amarillos, y oí voces.
La primera ilustración tembló y se animó.


En El hombre ilustrado de Ray Bradbury.
Si quieren seguir leyendo los cuentos que componen el libro hagan "click" acá 

jueves, 22 de marzo de 2012

Viaje a la semilla

Les dejo el enlace para  el relato "Viaje a la semilla" de Alejo carpentier. Hagan " Click" sobre el título.

jueves, 15 de marzo de 2012

Novelas de caballería


La novela de caballería:
El caballero andante o la caballería andante es una figura literaria, propia de los libros de caballerías y de la novela caballeresca; y un ideal social, el ideal caballeresco propio de los últimos siglos de la Edad Media (S. V – XV).
Un caballero, en la Edad Media, era una unidad guerrera que forma parte de la hueste (fuerza militar) de un señor feudal o de un rey. se crearon las órdenes militares, formadas por caballeros que se comprometían a votos monásticos. Los rituales de iniciación incluían elementos luego incorporados al imaginario de la caballería andante, como el velar las armas (pasar una noche en oración ante las armas) y ser armado caballero (en una ceremonia propia del homenaje e investidura de las relaciones feudo-vasalláticas).
La orden de caballería era pues cada una de las instituciones formadas por caballeros organizados jerárquicamente como vasallos de un señor y que respetaban un código de honor. Se suponía que un caballero andante debía ser un miembro de una de estas órdenes que, por orden de su señor o por obligación moral (por ejemplo, por imposición de una promesa a su dama), viajaba grandes distancias, ya sea persiguiendo un objetivo concreto o no, aceptando o provocando desafíos, resolviendo entuertos (injusticias) y protegiendo a los desfavorecidos (doncellas, viudas y huérfanos). Estos hechos (hazañas) hacían ganar al caballero una gran fama (paralelo al concepto de honra u honor, popularidad y prestigio, objetivos principales de la época, muchas veces exagerando sus proezas. La épica de los cantares de gesta, la lírica del amor cortés de los trovadores provenzales y la adaptación de leyendas como el ciclo artúrico fueron fijando a lo largo de la Edad Media el modelo ideal de caballero en la literatura y en el imaginario colectivo, convirtiéndolo en un arquetipo más que en un agente social real.

Investidura
Para ser caballero andante es condición indispensable recibir la investidura, pues sin ella su persona y andadura no alcanzan validez alguna. El aspirante a caballero la recibe en el curso de una ceremonia en la que se exige la vela de armas en la capilla o en un lugar apartado, el espaldarazo y el ceñir la espada, misión encomendada en muchas ocasiones a las doncellas. El oficiante o padrino del rito necesariamente ha de ser un caballero, cuanto más afamado mejor, para transmitir al neófito su condición y cualidades. […]
Recibida la investidura, el caballero novel se lanza al mundo en busca de aventuras con las que acrecentar su fama y deshacer toda suerte de agravios. Oficio del caballero es defender la fe católica, a su señor terrenal y mantener la justicia.
SABIOS ENCANTADORES
El oficio del caballero se puede ver favorecido o entorpecido por la magia, practicada por hombres y mujeres identificados como encantadores, sabios o magos. Con ellos se da entrada en estos libros a la maravilla, a un mundo fabuloso y de ensueño donde todo puede suceder. Indistintamente pueden convertirse en auxiliares o antagonistas de los héroes caballerescos, manteniendo con ellos vínculos de estrecha amistad y agradecimiento o de odio y persecución.
EL GIGANTE
En su andadura, el caballero se encuentra habitualmente con gigantes, seres humanos portentosos por el tamaño de su cuerpo que escapan de la normalidad habitual y entran en la categoría de lo prodigioso y maravilloso. Su desemejada figura y horrenda catadura, así como sus perversas costumbres (rapto de doncellas, captura de prisioneros, usurpación de reinos, amores incestuosos) preludian ya la desmesura moral contra la que el héroe caballeresco luchará. Además de infieles y enemigos del cristianismo, los gigantes encarnan, como en la mitología, la tradición bíblica y folclórica, el orgullo y la soberbia, a las que se oponen la humildad y fortaleza de héroes como Esplandián, prototipo del caballero cristiano por excelencia.

DESAFÍO POR LA DAMA
Un caballero andante sin amores es cuerpo sin alma, no es nada. […] El amor por la dama enaltece al caballero, le obliga a acrecentar su fama y a acometer las más diversas aventuras. Por ella el caballero participará en justas y torneos, aceptará desafíos y arriesgará su vida poniéndose siempre a salvo de su recuerdo. Para ella serán también todos los triunfos, el homenaje de los vencidos en su nombre. Su belleza sin par es en muchas ocasiones objeto de disputa, el pretexto para interceptar pasos y cruzar las armas con otros caballeros no dispuestos a asumir tamaña mentira cuando también ellos están enamorados.
EL REQUERIMIENTO AMOROSO
El caballero se mantiene siempre fiel a su dama y rechaza nuevos amores. En su andadura, el caballero cautiva involuntariamente con su persona, su fama y sus hazañas a muchas mujeres que se enamoran de él. Reinas y princesas, dueñas casadas y viudas, doncellas andantes, viejas encantadoras, son en este caso las que toman la iniciativa, las que declaran sus sentimientos y ofrecen libremente su amor. El héroe caballeresco excusa tales proposiciones descubriendo su corazón y declarando expresamente la fidelidad a su señora […] El rechazo amoroso puede provocar en ocasiones la venganza de la dama desdeñada.
EL AMOR: EL CABALLERO Y LA DAMA
El amor caballeresco está plagado de obstáculos. El continúo deambular del héroe por cortes y caminos obliga a la separación de los amantes y a largas ausencias, paliadas a través de presentes, noticias y cartas intercambiadas. La separación aviva el amor, pero también en ocasiones puede enturbiarlo con malentendidos que conducen a su ruptura transitoria. Los celos femeninos se convierten en el mayor enemigo de la enamorada pareja y es la dama la que suspende verbalmente o por escrito la relación. La ruptura sume al caballero en una profunda desolación y le lleva a retirarse del mundo, a abandonar las armas, a recogerse en un lugar aislado, a mudar su nombre y condición para hacer penitencia amorosa. En este tipo de vida permanecerá el caballero hasta que la dama le otorgue su perdón y vuelva a concederle su amor.

Fuente: Mari Carmen Marín Pina, “Motivos y tópicos caballerescos” en la edición del Quijote del Centro Virtual Cervantes.


Características principales de Las novelas de caballería
Las novelas de caballería provienen de una tradición medieval con importante repercusión, se hacen populares entre 1508 y 1608. En ellas se produce un resurgimiento de las aventuras heroicas y galantes en las que se acentúa el sacrificio por un ideal y el honor personal.
Características:
  • •Sus autores agregaban elementos mágicos, sobrenaturales y fantásticos para acrecentar la excepcionalidad de las aventuras. Se publicaron dos grandes ciclos: el artúrico y el Carolingio.
  • •En estas narraciones importan más los hechos que los personajes, los hechos se estructuran en diferentes episodios que el héroe debe atravesar salvando las diferentes pruebas que se le presentaban hasta cumplir con su misión, es decir, cumplir con el camino de héroe.
  • •En general imitaban la lengua medieval y solían imprimirse en letra gótica.
  • •El espacio donde transcurrían los hechos eran territorios de gran abundancia y exotismo
  • • Se ubican en un pasado medieval.
  • •El protagonista de las novelas de caballería eran caballeros de linaje noble y se caracterizaban por su inteligencia, su valentía y su fuerza.
  • Narrador que encuentra un manuscrito antiguo que cuenta la historia del caballero en cuestión
  • Amor cortés
  • •Persecución del honor
  • •Lealtad al rey
  • •Damas en peligro, capturadas por caballeros malos, hechicero(a)s, gigantes, enanos, bandidos, etc.
  • •Mujeres falsas
  • •Traición al caballero principal por envidia
Fuente: Manual de Literatura II, serie enfoques. Editorial Longseller

jueves, 8 de marzo de 2012

Así

Para descargar el cuento "Así" de Wilde deben ir a está página web . Busquen en la lista y descarguenlo, al hacerlo la pagina les va a pedir una contraseña o password: esa.
Imprimirlo y traerlo a clase.

Novela de caballería.

Les dejo el enlace de la novela "El caballero y el León"

martes, 6 de marzo de 2012

EL ETERNAUTA: EL MANO Y LA CAFETERA


EL ETERNAUTA: EL MANO Y LA CAFETERA

Por Rodrigo Fresán

Desde un punto de vista hollywoodense, El Eternauta –historieta con guión de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López publicada por primera vez por entregas en la revista Hora Cero Semanal entre1957 y 1959– es, seguro, el sueño húmedo de todo productor en busca de dónde hacer crecer los efectos especiales del próximo blockbuster veraniego. Es decir: El Eternauta –algo que hoy sería definido, un tanto pomposamente como “novela gráfica”– desborda de “good parts” pero –además– tiene el cerebro y el corazón bien puestos.

A saber: la materialización de Juan Salvo en un chalet en Vicente López, los primeros copos de la nevada mortal, la terrible y solitaria muerte de Polsky, el avance de los cascarudos, la batalla de la General Paz y el combate de la cancha de River, los hombres-robots, la aparición del primer Mano en la glorieta de Barrancas de Belgrano, los edificios derrumbándose por la marcha de los gigantescos gurbos, la huida por los túneles del subte, la chica espía, la Plaza Congreso como cuartel general de los invasores, el retorno de la nieve y el largo y terrible final...

Pero, puesto a elegir un momento entre tantos, yo me quedo con esas páginas donde un Mano agonizante (seguro Oscar Clip para Mejor Actor de Reparto en un rol que, me temo, caería en las garras de John Malkovich o Jeremy Irons) pide que le alcancen y acaricia, conmovido, “esa escultura, por favor... En la gracia de ese cuello hay siglos de arte...”. “No es una escultura, es una cafetera”, le dice Franco, casi con rabia. Y convengamos que el dibujo de Solano López –que al menos para mí, tiene el mismo sabor de las ilustraciones de las viejas figuritas y no es muy superior al de un hipotético “chico que mejor dibuja de mi grado”– no es, aunque ya clásico, algo muy destacable. Pero las palabras que pone Oesterheld en boca del alien sucumbiendo al influjo de la glándula del terror implantada en los suyos por los invisibles y todopoderosos Ellos, tienen la lírica del mejor Ray Bradbury o Theodore Sturgeon. “¿Se dan cuenta los hombres...?”, recita el Mano, recuerda su planeta cubierto por la nieve apagándose de a poco y todos nosotros morimos un poco con él mientras, como despedida, con el rostro súbitamente dulcificado, canta: “Mimnio... Athesa... Eioioio”.

Léanlo y emociónense en las páginas que siguen.

Alguna vez leí –pero nunca volví a leerlo– que el germen de El Eternauta estuvo en una regular novela militarista sci-fi leída por Oesterheld: Starship Troopers (1959) de Robert A. Heinlein y mucho después filmada por Paul Verhoeven. La fecha no cierra y tal vez el equívoco tenga que ver con que tanto en el libro como en el film hay, sorprendentemente, personajes argentinos (el héroe se llama Juan “Johnnie” Rico), aparecen cascarudos y Buenos Aires es aniquilada.

Leí, sí, las dos secuelas de El Eternauta escritas tambien por Oesterheld pero ninguna de las múltiples continuaciones, inserts y proyectos varios (gracias, Wikipedia) de cuya existencia me acabo de enterar y entre las que se cuenta una variante distópica en la que Juan Salvo es un amnésico y cruel gobernante de la Ciudad de Buenos Aires.

Hace casi once años que no vivo allí, he vuelto un par de veces por unos pocos días y ahora –como la primera vez que la leí, en Caracas, a mediados de los años ’70– cada vez que quiero volver a Buenos Aires, voy a la biblioteca, abro El Eternauta, y viajo de regreso.